La obra del artista francés Christian Boltanski inscrita en la necesidad de desmantelar los códigos y los géneros del arte, está marcada por la obsesión de lo biográfico. Su primera exposición personal, realizada en plena revuelta del 68 y formada por films, grandes cajas y papeles, llevaba el título de La vida imposible de Christian Boltanski.

Durante los primeros años, su actividad estuvo marcada por sus estados emocionales, sus gestos infantiles y objetos personales, por sus propias fotos, las de sus amigos y parientes, mezclando lo vivido con lo imaginado, construyendo la falsa biografía de «Boltanski» impostor, hecha de pruebas falsas y de cuentos seductores, escondiendo su verdadero rostro tras el de un clown; una biografía tragicómica y desesperada que el inventó y reformó hasta la burla.

Christian Boltanski no se interesa tanto por la biografía , como por su reconstrucción. Dicho de otro modo: por la memoria y la muerte, que recrea mediante materiales inusuales y extraños como luces, estantes, vitrinas, ropas.

La mirada de este artista, tiene , como sucede en otros de su generación, una componente etnográfica (de la que proviene su temprana afición a visitar el Museo del Hombre, con sus vitrinas repletas de objetos cotidianos de esquimales o indios del amazonas, que ya no resultaban útiles para nadie y que dan al museo «el aire de un gran depósito de cadáveres» (Almacén Detective, 1988).

 

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Almacén. Detective 1988.

 

De todos los materiales, el predilecto de Boltanski son las fotografías, en particular, las de seres anónimos, hechas por aficionados o tomadas de los periódicos. En la fotografía, un medio en el que «el sujeto se vuelve objeto y donde, por tanto, se vive una microexperiencia de la muerte», como señala Berthes, encuentra una carga poética y sorda, que no nos enseña nada, sino que nos remite a nuestro propio pasado.

Christian Boltanski refotografía las imágenes ajenas, que adquieren así, que adquieren así una apariencia  granulosa y difusa, investida de la veracidad de un documento irrefutable, que se ve contradicho por la instalación que les acompaña y la luz dorada que aureola los rostros y que les da un triste, como si el autor les hubiese impuesto una segunda muerte, o mejor, una segunda vida, más espectral que la primera, haciendo que sus niños fotografiados resulten, a la vez, más y menos humanos que los reales.

 

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Christian Boltanski, «Autel de Lycée Chases», 1986-87.

 

Christian Boltanski parece que tiene una herida abierta. Con obras como ésta , y otras parecidas que también se basan en fotografías de niños de su generación, Boltanski parece haber querido apropiarse de una infancia normal y de clase media, intuyendo el conflicto apenas consciente de sus orígenes judíos, que se oculto a si mismo y a los demás durante años, y de la amnesia colectiva de toda la sociedad francesa. Había nacido en Francia al final de la segunda gran guerra, en el seno de una familia poco convencional, que llevaba una extraña vida casi secreta, debido a los orígenes judíos de su padre, un respetado médico ruso, que vivió la guerra oculto en una bodega de la casa. En cambio su madre era escritora cristiana, y Christian Boltanski fue educado como tal. Sin creer en ninguna de ellas, todas estas culturas familiares, la judía, la cristiana y la ortodoxa, se entremezclan particularmente en su obra «Teatro de sombras», marcada por el peso de lo sagrado.

 

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Christian Boltanski, «Teatro de sombras», 1984.

 

Cristian Boltanski, se siente de antemano un niño del Holocausto y el ambiente eclesial y el aire de monumento funerario que tiene esta obra no deja de contar al espectador de nuestro tiempo la herida abierta en su familia y los sucesos del genicido judío, como si en lugar de compañeros de clase, fueran víctimas desaparecidas de los campos de concentración, mientras que la disposición simétrica recuerda la ordenación de un altar y la teatral iluminación de las bombillas rememora tanto la memorah de Hannukan, los candeleros usados en el rito judío de las luces, como el brillo de cirios y oros que rodea los iconos  en las iglesias bizantinas (Teatro de sombras, 1984).

 

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