Renoir, gracias a los encargos de Victor Choquet, tuvo finalmente, en 1876, el dinero necesario para alquilar una vieja caballeriza en los bajos de un inmueble de la calle Cortot en Montmartre. Visitaban al pintor numerosos amigos, recreando en pleno corazón de París el ambiente que había reinado hacía poco en Bougival. Renoir reencontró allí sus inspiraciones más queridas: es quizás en obras como las del jardín de la calle Cortot en las que está más próximo a Watteau y a la sensibilidad de las  «fiestas galantes». Renoir pintó en el jardincito de la parte trasera de la casa numerosos retratos y telas de gran formato, entre ellas El Columpio.

 

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El Columpio. París, 1876. Óleo sobre tela, 92×73 cm. París, Musée d´Orsay.

Lo que llama la atención en este cuadro es el juego de sombras y de luz, con las manchas de sol a través de los árboles que iluminan los rostros, los troncos y el suelo. La naturalidad de la escena es tal que el observador tiene la impresión de que participa en la conversación entre el hombre de espaldas y la joven de pie en el columpio. Como en todas las telas de Renoir, desaparece la frontera entre la realidad y su representación.

Vollard, que quería comprender a fondo las teorías impresionistas, comentó a Renoir: «En todo caso, cuando se ha de pintar guiándose de la sensación experimentada y con la poderosa clarividencia del instinto, quién mejor que los impresionistas…» y éste lo interrumpió: «¡guiarse por la sensación, el poder del instinto, como los animales, vaya! Mire, quienes nos felicitaban por haber sabido dar a nuestros modelos unas posturas expresivas ignoraban que Cézanne llamaba recuerdos de museo a sus composiciones; mi preocupación ha sido siempre pintar unos seres humanos como una buena fruta, y el más grande de los pintores modernos, Corot, cuando pintaba mujeres, ¿pintaba  pensadoras? Pero si usted va y le dice a toda esa gente que para el pintor lo más importante es saber cuales son los colores que duran , es como decirle al albañil cuál es la mejor argamasa… ¡Y los primeros obreros del Impresionismo trabajaron sin soñar jamás en vender! Esto es lo único que aquellos que nos siguen olvidan copiar de nosotros» (En écoutant Cézanne, Degas, Renoir de A. Vollard, París, 1938).

En El Columpio, Renoir juega con la relación entre los colores fríos y los cálidos, entre la sombra y el sol. Estos detalles hacen resaltar los colores dominantes: el amarillo ocre (los sombreros de los personajes de la izquierda y el vestido de la mujer); el azul (los lazos del vestido de la mujer y el traje del hombre), las manchas de luz en el suelo y en los personajes.

 

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