Cuando Goya pinta «La Maja desnuda», Velázquez ya había pintado la espléndida Venus del espejo (1650)  que junto con la renacentista Educación de Amor de Correggio, formaba parte de la colección de los duques de Alba. Es probable que fuera la propia duquesa quien solicitara al ya célebre Goya un cuadro de Venus, aunque no fue ella la modelo, como se ha dicho.

 

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En todo caso, la Venus de Goya, la Maja desnuda que nos contempla con malicia e ingenuidad, echada sobre blandos cojines,pequeña y graciosa, con la piel transparente, los rizos negros y el joven cuerpo ahusado, no es la imagen de una diosa, sino la de una mujer sensual, provocativa e incitante.

Junto a la Venus de Velázquez y la Olympia de Manet, la Maja desnuda es uno de los desnudos más fascinantes de la historia del arte, que adquiere una mayor seducción por la presencia de la modelo, en otra tela gemela, completamente vestida. La Maja desnuda, de carnes transparentes y esplendorosas que resaltan en el blanco de los cojines y el azul del diván, hace juego con el preciosismo y el refinamiento de los vestidos y adornos de la Maja vestida. Si las colocamos la una junto a la otra, ambas imágenes aparecen como una única «maja», una sola persona captada en el primer y último momento de una seducción ideal.

Se dice que el primer ministro Godoy, favorito de la reina, propietario de ambos cuadros, no los tenía en su casa uno junto a otro, sino que el de la muchacha vestida cubría a la Maja desnuda, como una pantalla, y que este último quedaba a la vista mediante un juego de resortes.

Posteriormente, las dos pinturas fueron entregadas a la Academia de San Fernando, donde se mantuvo oculta la Maja desnuda durante casi un siglo, hasta 1900.

 

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