El alemán Gerard Richter (1932), entiende el arte de una manera problemática: esta interesado por el envés dela pintura, con la finalidad de afirmar la vigencia del acto de pintar, y, acto seguido, negarlo, poniendo en juego el antagonismo entre la pintura que representa y la pintura que reflexiona sobre si misma. Nacido en 1932 en Dresdey formado en la Academia de Bellas Artes de esta ciudad, decide, a los treinta años, abandonar definitivamente Alemania Oriental y el realismo social dominante, a causa del impacto ocasionado por el descubrimiento, en la Documenta de Kassel de 1958, de dos grandes artistas, Fontana y Pollock, cuya obra insolente le cautivó y le hizo entender el rumbo de su propia búsqueda: luchar contra la pintura sin abandonarla. Bajo el influjo de Giacometti y Dubuffet, empieza a reproducir fotografías al óleo. Sin el menor interés con enlazar con la tradición alemana, que descubrió a través de americanos como Rauschenberg, emprende entonces un camino artístico muy independiente, hecho de gravedad y escepticismo filosófico.

 

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A Gerhard Richter, toda fotografía le resulta desoladora: vegeta, lleva una vida miserable y nómada. De ahí su deseo de rescatarla , de «rehacerla». Pero sin comprenderla ni explicarla. Un pintor, dice, no debe permitirse expresar ni el alma ni la naturaleza ni el carácter de su modelo. Pues, cuando se pinta a partir de una fotografía, no se pinta un individuo, sino una imagen que no tiene nada en común con el modelo, por lo que todo intento de semejanza resulta vano. Más aún, al pintar a partir de una foto, todo pensamiento consciente desaparece: es casi un método abstracto, en el que el artista no se tiene que ocupar de la dimensión, de las proporciones o del parecido; no tiene que tomar decisiones. a todas estas obras se les niega todo lo que convencionalmente compete a la pintura: la idea original, la tentación descriptiva, las trampas del estilo, la parte de declaración sentimental, el contenido iconográfico etc. Esto obliga al espectador a modificar su modo de ver y de pensar, pues el cuadro ya no es creíble como imitación, ni se puede leer como un documento. Entonces la imagen resulta atravesada por una realidad irónica, mecánica.

La obra de Gerhard Richter , para ser comprendida, necesita verse en conjunto, pues la simultaneidad de estilos que practica confunde a todos los críticos. Con una magistral calidad técnica, los escenifica como si de una ópera se tratase: expresionismo, monocromo, hiperrealismo, abstracción geométrica; paisaje, naturaleza muerta, retrato; grandes y pequeños formatos; explosión de color o blanco y negro; con pincel o con rodillo; de factura lamida o pastosa.

 

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256 colores, 1974.

 

Son célebres sus muestrarios de colores como una manera de cuestionar la abstracción europea: frente a su frivolidad decorativa y su absurdo sentido artesanal. Gerhard Richter la convierte en un catálogo artesanal industrial (256 colores, 1974). Con ello, muestra precariamente el espectáculo de la pintura reduciendo a la nada los estilos. El resultado es un fresco de la pintura del siglo XX, una especie de gran retrospectiva cínica,una reflexión antididáctica de la pintura sobre sí misma.

 

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