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Estudiar Bellas Artes, es sin duda algo vocacional. No tendría sentido embarcarse en estos estudios si realmente no te apasiona el arte, pero no solamente la parte teórica sino también la creación de piezas con las que transmitas algo, con las que seas capaz de contar o hablar de un determinado concepto al espectador.

En el tiempo que corre y con el sistema educativo actual, creo que se quedan fuera más personas que podrían ser buenos artistas que las que realmente acceden a el grado universitario. ¿Por qué digo esto?, desde mi punto de vista, el hecho de poner una nota de corte por las nubes, no evalúa el talento que pueda tener una persona para cursar estos estudios. Anteriormente, todo el que tenía intención de estudiar esta carrera, no tenía que ser alguien muy estudioso (que también podía serlo), sino tener «algo» y superar una prueba de acceso consistente en un ejercicio de dibujo de lo más académico frente a una gran escultura clásica de escayola. Recuerdo, que el año en el que yo accedí a estos estudios, nos presentamos unas mil doscientas personas, de las cuales tan sólo entrarían doscientas en Madrid y 50 en Aranjuez… Por tanto, esos doscientos cincuenta privilegiados, sabíamos dibujar, si, pero además fuimos los que mejor defendimos esa prueba. Prueba que muchos candidatos prepararon en lúgubres estudios con rancios profesores que les enseñaban el dibujo académico, y las claves del éxito. Sin duda, un sistema muchísimo más justo que el actual.

Una vez dentro, la cosa cambia, si realmente te apasiona lo que estás haciendo, la asistencia se convertirá en algo vital, algo de lo que no puedes desprenderte, y para lo que no te importe madrugar… La experiencia no sólo cuenta con el aprendizaje de muchas técnicas, pictóricas, escultóricas, digitales… que realmente enriquecen a uno en su conocimiento y le aportan los instrumentos necesarios para poder comenzar a «contar» cosas en su obra, sino que en un determinado momento te revuelve por dentro y te hace aprender a ver las cosas de forma distinta, deconstruir lo aprendido y reformularlo para realmente llegar a crear algo que valga la pena. Te habrás transformado ahí de artesano del arte, en un verdadero artista.

Por otra parte, se aprenden más cosas, que complementan tu formación. Aprendes a defender tus proyectos en público, a crear unidades didácticas para poder embarcarte en el mundo de la docencia, o aspectos relativos a la imagen comercial, el diseño gráfico o la escenografía.

Cuando todo ha terminado (dentro de la facultad claro…), te parece que todo empezó ayer, y te encuentras en tu estudio, en soledad, generando algo de lo que no estás muy seguro, pero finalmente comienza a salir y vas enriqueciendo tus piezas y llegando a buen puerto.

¿Es la creación la única salida que se nos plantea? No, no lo es. Uno puede dedicarse también a la docencia en una academia, en un instituto (pasando por el máster de formación de profesorado) o en la universidad (realizando otro máster y defendiendo tu tesis doctoral). También puedes insertarte en el mundo de los teóricos y dedicarte a la crítica artística, o al comisariado de exposiciones. El diseño gráfico y multimedia también es otra salida. La fotografía profesional se puede convertir en tu modo de vida como una salida más. Y no quiero dejar atrás el campo de la restauración.

Las Bellas Artes son una forma de vida y una forma diferente de concebir el mundo, pero sin duda, se puede vivir de ello a fuerza de trabajo, trabajo y trabajo.

 

Guillermo Granero

www.degranero.es

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