Cuando hablamos de Munch en nuestras clases de pintura en Madrid, nos gusta comenzar hablando de su hermana. A Laura, hermana del pintor, le diagnosticaron ya de niña, el mal de la tristeza y sufrió frecuentes  depresiones. Edvard sentía por ella una simpatía especial y también cierta responsabilidad. Durante una de sus crisis, el pintor tomó algunos apuntes para esta imaginaria melancolía, un título que sólo en parte tiene que ver con la alegoría de Durero. Aquí es mudamente la representación de la locura, de esa angustia que atenaza la época, en general, ya Munch personalmente, que, en ese año de 1899, estuvo también internado en un hospital. El pintor escribió a propósito de esta pintura: «Coloqué a la melancólica sentada junto a la llameante mesa, con la ventana a su espalda. Quería que fuese imponente, poderosa y turbadora con su negra tristeza, silenciosa y eterna».

 

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Melancolía (Laura), Edvard Munch (1899).

 

El pintor noruego Edvard Munch (1863-1944)no sólo se inscribe en la corriente simbolista que domina a su generación, y así se lo enseñamos a nuestros alumnos de clases de pintura en Madrid. Es, seguramente, su representante más puro. En el simbolismo culmina todo aquello que el siglo XIX había producido como tendencia subversiva: el mundo de las hadas y los cuentos, la irracionalidad, el ‘pesimismo, lo decadente, el erotismo, los misterios del alma humana, Es la primera generación europea, tras el triunfo del positivismo, que reclama su «derecho al sueño», a decir todo aquello que realistas e impresionistas habían dejado sin decir: traspasar la piel de las cosas y plasmar el sentido profundo y oscuro que esconde, su verdad eterna. Munch encarna como nadie ese deseo, favorecido por la pervivencia en los paises escandinavos de la tradición romántica como un mundo familiar a lo largo del siglo, aunque él lo formalice a través de los lenguajes postimpresionistas descubiertos en sus estancias en París y eso lo conocen bien nuestros alumnos de clases de pintura en Madrid.

Tal como enseñamos en nuestras clases de pintura en Madrid, la obra de Munch está atravesada por la obsesión de la femme fatale y su capacidad de absorber la fuerza del hombre: una fuente de celos, angustia y miedo. En las distintas versiones en las que el siglo tematizó la «guerra de los sexos», Munch encarna la peor y más irredenta versión de lo femenino: Virgen blasfema, vampiro posesivo, cruel seductora (Claro de luna, 1893). En esta obra sobre su desgracia humana, la pasión sexual cede paso a la morbosidad de un espectro descarnado de mirada vacía, cuyo rostro cadavérico revela una tensión interior a punto de estallar, una mezcla de desolación y fuerza mortífera.

 

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Claro de luna, 1893.

 

Munch perteneció a una de esas épocas en la que los jóvenes creen que nadie antes ha vivido con la intensidad que ellos. Por eso, toda su obra se alimenta de su propia experiencia: sus crisis de angustia, sus fracasos amorosos, sus terrores íntimos. Criado en su ambiente burgués de funcionarios venidos a menos, su niñez estuvo determinada por el carácter taciturno de su padre y por las muertes de la madre y de su hermana Sofía. Enseguida se revelaron sus dotes para la pintura, que fue muy bien acogida en el grupo de los bohemios de Christania, la actual Oslo. Va ser en París, en 1889, donde ante figuras emergentes como Rodin, Gauguin o Van Gogh comprenda el agotamiento del impresionismo: » Yo no se deben pintar interiores con hombres leyendo y mujeres haciendo calceta. Hay que pintar seres humanos vivos, respirando, sufriendo y amando». Este nuevo programa de erotismo y tragedia se afirmará, desde 1892, en Berlín (sus obras acusarían un gran escándalo), donde entra en contacto con los círculos literarios en torno a Ibsen y Strindberg, atraídos todos ellos por los ataques de Nietzsche contra la responsabilidad burguesa y los principios cristianos, así como por su insistencia en las exigencias de la subjetividad (Juventud y patos, 1905).

Más allá de la dimensión bográfica, a nuestros alumnos de clases de pintura en Madrid les enseñamos que Munch se hace eco de sentimientos que se habían adueñado del alma colectiva del fin de siglo, relativos a una vivencia de disolución del sujeto, de la confusión entre conciencia y mundo exterior. La generación exaltada e impulsiva de los primeros románticos, llena de impaciencia y energía creadora, da paso a esta otra oleada de huérfanos y nihilistas, a los que no les sirven ni las matemáticas ni Dios ni los Antiguos ni la Ciencia. la única salida es un arte tenebroso y disonante, magníficamente represwentado por este lienzo sobre la alineación humana.

En su Análisis de las sensaciones (1886), el físico y pensador austriaco E. Mach reunió este estado de conciencia en una sola frase: el Yo es insalvable; es decir, no es una unidad inmutable, una certidumbre evidente, sino una ilusión provisional, una densa masa fluctuante. «Cuando digo qu el Yo es insalvable quiero decir que este Yo se disuelve en todo lo que puede sentir, ver, oír y tocar. Todo es efímero, un mundo sin sustancia que no está constituido más que de colores, siluetas y sonidos. La realidad está en movimiento perpetuo, en reflejos cambiantes a la manera de un camaleón. Es en este juego de fenómenos donde cristaliza lo que llamamos nuestro Yo».

 

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Alameda con copos de nieve, 1906.

 

Esperamos que con este artículo te hayamos desvelado algo más sobre Edvard Munch. Estaremos encantados de atenderte en nuestras clases de pintura en Madrid.

 

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